El lobo blanco se quedó en la frontera del bosque y cuando Minú se giró, supo que él, a partir de ese punto, daría la vuelta y se marcharía. Que aunque para la niña el pelaje del lobo fuera refugio, para él lo era aquel lugar. En muchas ocasiones llegó  imaginar la posibilidad de que tras esos ojos oscuros, se escondiese una parte más humana que animal. Una parte que alentara a Istvan a quedarse con ella. Pero en aquel momento, toda probabilidad se esfumó al comprobar que él ya había vuelto a perderse en la opacidad del bosque.

Años más tarde, fue ella quién empezó a despedirse sin decir nada - no de Istvan, pues nunca más volvió a saber de él - y es que, según dicen, quién se junta con lobos, aprende a aullar.